
Lima, Perú. – Una alerta de salud ha estado cobrando fuerza entre las personas que viven con VIH: el hígado graso no alcohólico (NAFLD, por sus siglas en inglés) ya afecta a más de un tercio de esta población, según un reciente estudio de cohorte publicado en la revista científica AIDS. La investigación, liderada por el Centro Médico Universitario de Mainz, en Alemania, se centró en 282 personas con VIH y reveló cifras preocupantes: el 36% presentaba esteatosis hepática, mientras que un 7% ya mostraba fibrosis hepática moderada o avanzada, y un 12% puntuaciones que sugerían daño hepático severo.
Estos hallazgos apuntan a una tendencia creciente, silenciosa y subestimada que puede convertirse en la principal causa de enfermedad hepática entre personas con VIH en los próximos años, ahora que el impacto del virus de la hepatitis C ha disminuido gracias a los antivirales de acción directa.

Datos que debemos observar
Entre los participantes del estudio, con una mediana de edad de 51 años y una mayoría hombres (70%), se evidenció que:
El 36% tenía hígado graso (esteatosis hepática).
De ellos, el 75% cumplía los criterios para NAFLD.
El 7% tenía fibrosis moderada, avanzada o cirrosis.
El 10% presentaba características compatibles con NASH, una forma más severa de la enfermedad.
Solo el 60% tenía carga viral indetectable, lo cual también refleja una brecha en el control del VIH.
Llama la atención que muchos de los afectados no tenían obesidad, lo que demuestra que el hígado graso puede presentarse incluso sin un índice de masa corporal elevado, particularmente en personas que viven con VIH.

¿Por qué las personas con VIH son más vulnerables?
El estudio sugiere que factores como la edad, el tiempo viviendo con VIH, la diabetes y una mayor circunferencia de cintura están fuertemente asociados al desarrollo de enfermedad hepática. Aunque también se identificó una mayor presencia de pacientes con NAFLD (Enfermedad del Hígado Graso No Alcohólica), en quienes consumían tenofovir alafenamida Fumarato (TAF), los autores explican que esto podría deberse a un sesgo clínico, ya que este fármaco se prescribe con mayor frecuencia a quienes tienen problemas metabólicos.
Sin embargo, el hígado graso está emergiendo como una comorbilidad crónica en un contexto donde el VIH se ha transformado en una infección controlable, pero cuyos efectos a largo plazo empiezan a evidenciarse en otros órganos, especialmente en el sistema hepático.

El desafío del futuro: VIH + hígado graso
La tendencia preocupa por varias razones:
Las personas que viven con VIH están envejeciendo, lo cual eleva el riesgo de enfermedades crónicas, haciendo vulnerable a parte de esta población a desarrollar afecciones hepáticas, como la fibrosis o el NASH, pueden evolucionar hacia cirrosis o cáncer hepático si no se detectan a tiempo.
Es importante destacar que no existen tratamientos farmacológicos aprobados para la NAFLD, por lo que la prevención y el estilo de vida son la única vía de control.
Los investigadores destacan que el control metabólico debe integrarse urgentemente en el manejo del VIH. La circunferencia de la cintura fue el principal predictor de hígado graso, lo que pone en primer plano la necesidad de fomentar el ejercicio físico, la alimentación saludable y el monitoreo regular de enzimas hepáticas y rigidez del hígado (a través de pruebas como el FibroScan).
¿Y qué se está haciendo en América Latina?
Aunque el estudio se realizó en Alemania, especialistas advierten que los hallazgos pueden ser extrapolables a la región latinoamericana, donde los sistemas de salud aún no incorporan rutinariamente el monitoreo hepático no invasivo en pacientes con VIH.
Perú, por ejemplo, carece de protocolos sistemáticos para detectar hígado graso en esta población, y menos aún se realizan estudios de elastografía transitoria de forma preventiva. El acceso a nutricionistas, consejería metabólica y control del síndrome metabólico también es limitado.

Más allá de los antirretrovirales y la carga viral indetectable, la salud integral de las personas que viven con VIH requiere una mirada más amplia. El hígado graso —invisible, pero progresivo— se posiciona como una amenaza silenciosa en una población que ha superado muchos retos, pero que hoy necesita una atención más preventiva, interdisciplinaria y centrada en la calidad de vida.