Lima, Perú. – Cada mes de junio, millones de personas en todo el mundo, salen a las calles para celebrar el Orgullo LGTBIQ+. Aunque muchas veces se percibe como una fiesta, el Orgullo tiene raíces profundamente políticas y entre esas raíces, una de las más poderosas es la defensa por los derechos de las personas que viven con VIH, una historia que ha sido escrita con el precio de millones de vidas.

Era 1981, cuando cinco hombres jóvenes fueron ingresados en un hospital de Los Ángeles con una neumonía extraña y severa. Poco después, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), publicaron un primer informe sobre una nueva inmunodeficiencia que afectaba principalmente a hombres homosexuales. Sin nombre, sin tratamiento y sin una comprensión clara, el virus avanzó silenciosamente, mientras los medios lo etiquetaban con titulares infames como “la peste rosa” o “el cáncer gay”.
Desde el inicio, la epidemia el VIH fue visto por gobiernos, médicos y gran parte de la opinión pública, con la mirada del prejuicio, al ser percibida como una «enfermedad de homosexuales». Lo cual, hizo que la respuesta institucional estuviese marcada por la indiferencia, el estigma y una omisión intencional de la responsabilidad sanitaria.
El propio presidente estadounidense Ronald Reagan, tardó más de cuatro años en pronunciar públicamente la palabra “AIDS (SIDA)”, mientras tanto, el virus se extendía sin control. Esta negligencia motivada por la homofobia costó miles de vidas que pudieron haberse salvado si la respuesta no hubiese estado marcada por el prejuicio y el estigma.

En muchos hospitales los médicos comenzaron a negarse a recibir a los pacientes, algunos se rehusaban a tocarlos, y los funerales estaban sin familiares, por miedo y vergüenza. Fue en medio del duelo, del miedo y del abandono que surgieron las primeras redes de resistencia, donde las casas se transformaron en hospitales improvisados, los activistas en cuidadores, y las amistades en redes de supervivencia.
Así nacieron organizaciones y colectivos que no solo acompañaban a los enfermos de SIDA, sino que presionaban a los gobiernos, exigían a los laboratorios que buscaran una cura, levantaban datos de las muertes cuando nadie más los recogía, y gritaban en las calles lo que las instituciones callaban en los despachos «la vida de las personas LGTBI también importa«.
La oleada de activismo llegó también a América Latina. En ciudades como Buenos Aires, Ciudad de México, Lima y São Paulo, mujeres lesbianas, mujeres trans, trabajadoras sexuales y hombres gais construyeron desde cero organizaciones para informar, cuidar y acompañar.

A partir de esa época, el movimiento LGTBI y la respuesta comunitaria al VIH entrelazaron sus luchas, una alianza tejida con dolor, amor, organización política y memoria. Una alianza que no solo salvó millones de vidas, sino que transformó para siempre la manera en que entendemos la salud, los derechos humanos y la justicia social.
Una lucha que no ha terminado
A más de 40 años del inicio de la epidemia, el vínculo entre el Orgullo y el VIH sigue vigente. porque aún hay personas que mueren sin acceso a tratamiento, porque en zonas rurales y contextos de migración, ser LGTBI y vivir con VIH es sinónimo de exclusión. Porque la desinformación y el estigma siguen siendo una amenaza para salvar vidas.

Recordar esta historia no es solo un acto nostálgico, el no olvidar que orgullo no solo celebra la diversidad sexual y de género, sino que también rinde homenaje a quienes convirtieron el dolor en organización civil, el rechazo en fuerza colectiva, y construyeron desde la vergüenza impuesta la dignidad humana.
En tiempos donde resurgen discursos de odio y se retroceden derechos en varias partes del mundo, decir con fuerza que «Orgullo también es dar respuesta al VIH» es más urgente que nunca.
Porque, aunque los avances médicos han transformado el pronóstico de vida de quienes viven con VIH —gracias al tratamiento antirretroviral, hoy es una condición crónica controlable—, el estigma y la discriminación siguen presentes, no solo como una celebración, sino como herramienta de denuncia y reivindicación.
